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Paul Thomas Anderson: Phantom Thread (2017)

En el que nunca nos maldecirán

— Ho pensato di fabbricarmi da me un bel burattino di legno: ma un burattino maraviglioso, che sappia ballare, tirare di scherma e fare i salti mortali. Con questo burattino voglio girare il mondo, per buscarmi un tozzo di pane e un bicchier di vino: che ve ne pare?

Carlo Collodi (1983), La storia de un burattino. Pescia, Italia: Fondazione Nazionale Carlo Collodi.

El fragmento anterior hace parte de una de las fábulas más conocidas universalmente. En ella el maestro Ciliegia, un carpintero, encuentra un leño parlante que decide cederle a su temperamental amigo Polendina, también conocido como Geppetto. Con este tronco esculpe una marioneta a la cual le concederá el nombre de Pinocchio. Este homúnculo, para diversión de sus lectores, se enfrentará a diversas situaciones en las que debe demostrar si es un niño de verdad o simplemente una cabeza maciza de madera. Al final, como bien se sabe, una toma de postura de arrepentimiento le permite reivindicar sus travesuras y, por obra y gracia del Hada del cabello azur, su humanidad se materializa.

Al parecer la obra de Collodi es la historia secular más leída de la historia. Si esa afirmación es acertada o no, la nariz que no cesa de crecer, los consejos del Grillo Parlante y los desencuentros con el Zorro, el Gato y el terrible Tiburón son ejemplos universales para la formación moral de los niños. Además, la cultura popular se ha interesado en esta Bildungsroman por más de cien años e innumerables artistas la han recreado, unos de maneras más memorables que otras.

Ahora bien, el cine de esta década posiblemente será recordado como el del boom de las live-action. Recientemente el mercado se ha adaptado (por no decir “impuesto”) a las demandas de consumo millennials y las productoras ahora exprimen algunas gloriosas gallinas de huevos de oro tanto de su pertenencia como de la cultura popular. Si se dejan de lado los filmes de superhéroes, la taquilla global ha sido absorbida mayoritariamente por readaptaciones de ya exitosas películas infantiles bajo ópticas góticas/feministas/colonialistas. Aunque el pasado cuenta con sustanciales ejemplos de este tipo de reescrituras, este fenómeno nunca antes había infectado los teatros de manera tan amplia.

Éxitos recientes como Alice in Wonderland (2010), Maleficent (2014), Cinderella (2015), The Jungle Book (2016) y Beauty and the Beast (2017) y producciones venideras tales como Dumbo y The Lion King (2019), entre otras, confirman esta tendencia. El poder de influencia de Disney es, sin duda alguna, arrasador. Warner Bros., por supuesto, ha intentado absorber una parte de este exitoso patrón: filmes tales como Red Riding Hood (2011) y The Legend of Tarzan (2016) dan cuenta de su apropiación de ese modelo de negocios. Es por eso que durante años llevan fantaseando, al igual que la roedora corporación, en llevar a la pantalla grande una vez más la atemporalidad de las enseñanzas de Pinocho y compañía.

A principios de 2012 el estudio de Animaniacs anunció que adelantaba negociaciones con Tim Burton, Robert Downey Jr. y Bryan Fuller para perpetrar una extravagante reinterpretación de la fábula decimonónica. Aunque a los pocos meses esta cofradía se desbandó (Fuller prefirió responsabilizarse del piloto de Hannibal y Burton migró en dirección de Big Eyes y eventualmente hacia Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children), el estudio se rehusó a desechar esta prometedora iniciativa. Además, al estar al tanto de la posible competitividad con otras versiones de Pinocchio[1], Warner no deseaba quedarse atrás y contrató a un guionista tras otro (Jane Goldman y Michael Mitnick, respectivamente) para mantener en vilo el proyecto; ninguno de sus esbozos, empero, prosperaron. Por esas razones, y al ver cómo su archirrival firmaba a reconocidos personajes de las altas esferas de Hollywood para sus producciones paralelas, Warner anunció en julio de 2015 el fichaje de un virtuoso titiritero para dominar esa colosal marioneta: Paul Thomas Anderson.

Los primeros reporteros no salían del asombro, pues pocos meses atrás Anderson había finalizado la gira promocional de Inherent Vice (y la secreta filmación de Junun) y ya estaba de nuevo en los tabloides cinéfilos. Además, no era el tipo de proyecto con el que se le pudiera asociar: nunca antes había realizado un filme remotamente dirigido al público infantil, ni siquiera al día de hoy. Para los escépticos, se sabe que él y Downey Jr. -el único sobreviviente de la triada original- son amigos cercanos[2] que durante años han intentado trabajar juntos y la obra de Collodi parecía ser una excusa apropiada. Un poco más adelante se precisó que para esa ocasión sólo había sido abordado para trabajar de guionista, no de director (Warner todavía mantenía la esperanza de que Burton retomara el proyecto).

No se sabe con certeza durante cuánto tiempo estuvo adscrito a Pinocchio, ni siquiera si fue una broma o no[3]. Lo que es un hecho es que estas declaraciones encubrieron sus otros proyectos: la producción de varios videos para los más recientes álbumes de Joanna Newsom y Radiohead (entre los cuales se encuentra el impecable “Daydreaming”) y el estreno de Junun. En ese sentido, el director siguió activo mientras que sus fanáticos seguían a la expectativa de ver la evolución de su Pinocchio. La noticias llegaron casi un año después, en junio de 2016. Sin embargo, no era el anuncio que se esperaba.

El magazín Variety dio a conocer la siguiente primicia: Anderson y Daniel Day-Lewis, la dupla artística inmortalizada por su trabajo en There Will Be Blood, planeaban un filme original. Esto llamó la atención por parte y parte: Day-Lewis reapareció (había mantenido un perfil bajo desde su Óscar por Lincoln en 2013) y Anderson despejaba las incógnitas relacionadas con su participación en la adaptación de la novela de Collodi, pues escribiría y dirigiría este nuevo proyecto. Adicionalmente la sinopsis preliminar del filme en cuestión era intrigante: una historia alrededor del mundo de la moda en la Nueva York de los años cincuenta. Más adelante se sabría díscolamente que esta idea surgió de un inocente comentario del compositor Jonny Greenwood, quien en un evento promocional de Inherent Vice le dijo a Anderson en tono burlesco que se parecía a Beau Brummell, el diseñador más icónico de la corte inglesa durante la primera mitad del siglo XIX.

Así no fuera mucha información, las expectativas se acrecentaron notablemente, pues la nueva colaboración de estos dos titanes auguraba el posible advenimiento de una nueva obra maestra. Unos meses más adelante -después de hacer otros videos para Radiohead y contribuir con un cameo en la serie Documentary Now! (el mockumentary de Fred Armisen, amigo de la familia vía Maya Rudolph)- Anderson estaba listo para comenzar su incursión en la haute couture, tanto en la investigación de la vida de figuras emblemáticas (Cristóbal Balenciaga y Charles James, principalmente) como en la escritura del guion. Además, de acuerdo con los conocidos parámetros de actuación metódica de Day-Lewis, éste se ejercitó en el arte de la confección, incluso al punto de crear una réplica exacta de una prenda de Balenciaga.

Las filmaciones comenzaron formalmente en enero de 2017 en Inglaterra, después de que Annapurna Pictures, Ghoulardi Films y Focus Features acordaran encargarse de la financiación y distribución del mismo. Para entonces se habían filtrado las primeras imágenes, una de ellas revelando el título del filme: Phantom Thread. También se confirmó que Lesley Manville (la musa de Mike Leigh) y Vicky Krieps (una prolífica pero poco conocida actriz) participarían en él. Esto corroboraría el notable cambio de dirección del proyecto, pues Anderson se enfocaría en una ambientación netamente europea, todo lo contrario a la California (y Nevada) que sitúa en sus filmes previos. Su música, además, sería orquestada de nuevo por el británico Greenwood, esta vez con unas composiciones de corte más clásico que sólo una figura de su talante podría concebir. Al igual que en los tres filmes previos de Anderson, el arreglista de Radiohead contaba con vía libre para producir armonías que recrearan las temáticas de la historia sin perder su marca personal sonora. El resultado, sin duda alguna, es descrestante.

Fuera de Anderson, hubo otro artista no-europeo de peso que se adhirió al proyecto: Mark Bridges. Para quienes no lo conocen, es un galardonado diseñador de vestuarios que ha creado icónicos disfraces para Barton Fink, Natural Born Killers, The Artist (por el cual le concedieron un Óscar) y The Fighter. Además, ha sido de los pocos individuos que han trabajado en todos los filmes de Anderson, incluso en Hard Eight. Si hay alguien a quién agradecerle por la visualización del libertinaje en patines de Dirk Diggler, Rollergirl y Amber Waves, de la rudeza prospectora de Daniel Plainview y de la candidez pasivoagresiva de Lancaster Dodd, Bridges merece todos estos elogios. Phantom Thread implicaría un reto mucho mayor para él, pues su trama se desprendería directamente de sus diseños.

Con el paso de los días el equipo técnico se percató de que Anderson también se había encargado (discretamente) de la dirección de fotografía del filme, descartando la participación de Robert Elswit, su colega recurrente que para entonces no estaba disponible. Con esa novedad, las grabaciones -más allá de la filtración de imágenes y la interrupción de londinenses curiosos en las locaciones- no tuvieron contratiempos y finalizaron en abril. Incluso Anderson tuvo tiempo para filmar paralelamente varios videos de la banda HAIM (incluyendo el mini-documental Valentine) mientras coordinaba la posproducción de Phantom Thread. De esa forma se acordó que ésta estuviera lista para ser lanzada en Navidad de ese mismo año.

El siguiente reporte agitó el creciente interés por el filme: en junio Day-Lewis anunció públicamente que después de Phantom Thread se retiraría de la actuación. Unas fuentes cercanas aseguraron que el filme lo impulsó a seguir descubriendo las maravillas de la alta costura y deseaba dedicarse a eso por el resto de sus días; otras, incluso Day-Lewis mismo, temían que la personificación lo había deprimido tanto que prefería no aparecer en pantalla de nuevo. Sea cual sea el devenir del actor, este anuncio advertía la vertiginosidad próxima a estrenarse. Nadie sospechaba que el rol de Vicky Krieps sería el responsable de ese padecimiento. Nadie sospechaba (ni sospecha, creo) el impacto que la historia de Pinocho tuvo en la sensibilidad de Anderson y, por consiguiente, de Day-Lewis y compañía.

Phantom Thread, situada en Londres a finales de la década de los cincuenta, es narrada desde el punto de vista de Alma Elson (Krieps), la única amante del modista Reynolds Woodcock (Day-Lewis) que ha logrado contrarrestar su temperamento y método de trabajo. Ella, una torpe y tímida camarera, conoció por accidente al inigualable diseñador en el restaurante en el cual atendía. El costurero a su vez fue impactado a primera vista por el físico de Alma; eventualmente corrobora sus sospechas y comprueba que ella cuenta con las medidas áureas para portar las más excelsos vestimentas. Su admiración mutua lleva a Reynolds a ofrecerle una posición irrechazable en su casa de modas: la exclusiva House of Woodcock.

Por el lado de Reynolds se sabe que sus creaciones son apetecidas por todas las esferas sociales europeas. Su elegante técnica es alabada por princesas y plebeyas, quienes añoran ser las mujeres del diseñador para que éste las cubra perpetuamente. El reconocimiento es válido: Reynolds es conocido por la descarga emocional que emite en cada una de sus creaciones, incluso al punto de ocultar piezas y mensajes personales entre sus finas costuras. Pocos saben, sin embargo, que estas obras son a costa de una apatía generalizada hacia la sociedad y, sobre todo, hacia las mujeres que lo desean o, como él lo ve, que desean arrebatarle su don. Esta descompensación la suple con un voraz apetito por una serie de alimentos específicos que contribuyen al dominio de su inasible perfeccionismo.

La única mujer que hasta entonces había tolerado sus procedimientos era Cyril (Manville), su hermana y único lazo familiar presente. A pesar de su distanciamiento verbal, ambos se acompañan y ella garantiza que el orden de su casa propicie la inspiración de Reynolds. Además, ella comprende la explosividad de su hermano porque conoce su raíz: su madre les enseñó las artes de la confección y administración y su muerte ha sido un golpe prácticamente irreparable para el modista. Por más leyendas que se difundan alrededor del estilo Reynolds, Cyril sabe que todas son desangradas por una irremplazable maternidad que pareciera que ninguna mujer (o alimento) puede suplir.

Por eso el encuentro entre Reynolds y Alma es sobrecogedor: sus primeras miradas reflejan esa curiosidad que despierta el uno por el otro. El amor de Alma por su señor -por su creador- se manifiesta en muestras de cariño, lealtad y gratitud por haberla elegido a ella, una humilde servidora, para vigorizar sus creaciones; el de Reynolds hacia su musa se exhibe en una prolífica racha de magistrales prendas para que ella las desfile. Esta prolífica relación, empero, no podía conservar una armonía pacífica por mucho tiempo: con el paso de los días su convivencia recae en una guerra de poderes entre las normas de la House of Woodcock y las amenazas que pretenden reorganizarla. En otras palabras, sus lazos de afecto comprometen la meticulosidad creativa de Reynolds y las convicciones de Alma.

Al ver este filme varias veces me he percatado que Phantom Thread es, en esencia, ese descartado guion de Pinocchio, uno que discretamente es embellecido por la enfermiza conexión entre Reynolds y Alma. El modista es Geppetto: un virtuoso pero obtuso artista que da vida para dominar a sus creaciones. Tal como si fuera Fausto o Pigmalión (otras referencias implícitas en Pinocchio), éste se enamora de sus obras hasta el punto de evitar que se transformen, hasta negarse a aceptar que puedan ser alguien más o de alguien más. A su vez, su aprendiz es Pinocho: esa burattina pérfida que elimina su ingenuidad al romper con los invisibles hilos que la someten. Ella se rehúsa a ser traída a la vida –así sea en el campo del diseño- sin explorar su potencial; ella, en cierta medida, también desea ser Geppetto. Anderson tiñe su obra de una elegante morbosidad, pues amo y esclava luchan por el dominio del otro mientras desfilan vestidos tras vestidos. He ahí el sentido de formación de Collodi: en la rebeldía y en las pulsiones se encuentran las particularidades de la educación humana.

Phantom Thread es la primera obra de Anderson que cuenta con una heroína central, lo cual la hace particularmente revoltosa dentro de su filmografía. Es cierto que la trayectoria de Day-Lewis engancha a los cinéfilos, pero la transformación de Vicky Krieps es la verdadera recompensa. Pinocho es un símbolo de la malsana dialéctica entre creador y musa, entre mito y habla. No sé exactamente qué pudo golpear a Day-Lewis para hacerlo aborrecer la actuación pero su síntoma general es plausible: Reynolds es una parodia del ego en el arte, una embestida a la torre de marfil. Si algunos espectadores encuentran semejanzas entre el diseñador ficticio y las vidas de otros modistas poco importa para apreciar el filme, lo que interesa es la apología a su desmitificación. Ocurre lo mismo con Lancaster Dodd en The Master: no hay que saber quién es L. Ron Hubbard para temer su carisma de predicador.

Alma, esa presencia perceptible pero incapturable[4], revela la fragilidad de los ídolos sin importar su tamaño. Ella no es Freddie Quell, pues sus motivaciones son más imponentes y, en cierta medida, indomables. Su teatralidad es tan natural que no cesa de irritar a Reynolds, quien creía que Alma se conformaría sólo con ser una extensión de su espíritu. Esta tergiversación es una sátira de la idiosincrasia, una que asombra por su silenciosa elegancia. Alma, en cierta medida, se revindica a sí misma con el sólo hecho de poner a Reynolds a dudar de sí mismo. El filme presentará más de una situación en la que esto potencia la admiración del uno por el otro y, por consiguiente, su amor fati. Cualquier semejanza con la realidad de una pareja moderna es pura coincidencia.

El filme es una de las más gratas sorpresas de la filmografía de Anderson, pues su contenido agarra desprevenidamente a sus espectadores. Antes de su estreno Phantom Thread parecía una obra cercana a There Will Be Blood; hay que darle crédito a su campaña de promoción (un tráiler laberíntico y un guiño a un afiche de Uwe Boll). Ahora, sin ánimo de coercer las sorpresas, se sabe que afortunadamente es más cercana a Punch-Drunk Love y que se sirve de un refinado sentido del humor. La ejecución de Anderson es impecable y, de nuevo, la triada Day-Lewis/Krieps/Manville asume la responsabilidad poética del filme de manera magistral. Es, sin titubeos, uno de esos filmes prácticamente inconcebible sin su reparto y sin el visionario que los ilumina.

Dudo que Phantom Thread permanezca en la conciencia colectiva como la obra más memorable del 2017. Espero que al menos se le conceda el crédito de ser recordada como una de las más arriesgadas. Aunque The Shape of Water, Get Out y Three Billboards Outside Ebbing, Missouri gocen de mayor popularidad inmediata, espero que el nuevo filme de Anderson sea reconocido por lo que es: una fábula para los tiempos modernos, una en la que Day-Lewis puede estar de frente y a los pies de la historia. Su recaudo en taquilla ha sido justo (en el sentido en el que no generó ni ganancias ni pérdidas), ha ganado algunos premios (dentro de los que se destaca el indiscutible Óscar a mejor diseño de vestuario) y el reconocimiento crítico ha sido amplio. No obstante, me extraña que no lo sea aún más; de hecho, es lamentable que la finura de Day-Lewis haya coincidido con las prótesis de Gary Oldman en Darkest Hour, pues este último se llevó la mayoría de los galardones. Es aún más deprimente que la genialidad del guion no haya recibido la atención merecida.

 Sin saber qué le deparará el futuro a la recepción de Phantom Thread, en este momento me gusta apreciarla por lo que es: una historia excepcional, una merecida despedida para Day-Lewis (si es que su anuncio llega a ser verdad), una apertura de puertas de Krieps para filmes de mayor divulgación en América y la confirmación de que Paul Thomas Anderson es el más grande cineasta de los últimos veinticinco años. Geppetto y Pinocho (¿y el Grillo Parlante?) han hecho una vez más una historia moralizante para todas las edades; una que, al igual que sus protagonistas, no parará de tejerse.

[1] Paralelamente Disney y Guillermo Del Toro manifestaron su (re)interés en la novela de Collodi. A la fecha ninguna de estas propuestas ha oficializado su producción.

[2] Cfr. la propuesta original para Inherent Vice y la cercanía con su padre, Robert Downey Sr., en Boogie Nights.

[3] Recientemente en un Q&A señaló que la idea no estaba descartada del todo. El tiempo lo dirá…

[4] A un espectador angloparlante puede sorprender encontrar que Alma significa soul.

Tom Ford: Nocturnal Animals (2016)

Las obras literarias son creaciones retóricas, además de simples relatos. Requieren ser leídas poniendo una atención especial en aspectos como el tono, el estado de ánimo, la cadencia, el género, la sintaxis, la gramática, la textura, el ritmo, la estructura narrativa, la puntuación, la ambigüedad y, en definitiva, todo lo que podemos considerar “forma”. (…) El lenguaje forma parte de la realidad o la experiencia en lugar de ser un simple vehículo para transmitirlas.

Terry Eagleton (2016), “Comienzos” en Cómo leer literatura. Bogotá D.C., Colombia: Ariel

She puts the manuscript in the box, and even that seems like violence, like putting the coffins into the ground: images from the book moving out into the house. Fear and regret. The fear is mirror to the fear with which she started. Then she was afraid of entering the novel’s world, lest she forget reality. Now, leaving, she is afraid of not being able to return. The book weaves around her chair like a web. She has to make a hole in it to get out. The web damaged, the hole will grow, and when she returns, the web will be gone.

Austin Wright (1993), “Eight” en Tony and Susan. Nueva York, E.E.U.U.: Hachette

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La intimidad de la lectura literaria, del deleite musical, de la contemplación cinematográfica… en últimas, del encuentro con cualquier manifestación artística es intransferible. El goce estético es plenamente personal y, tal como lo corroboran las diferentes ramas de las teorías de la recepción, no es uno quien lee/escucha el arte sino es el arte quien lo lee/escucha a uno para desgarrar aquella falsa noción de unidad. Es posible identificar una vasta mayoría de variables que afectan dicha percepción; sin embargo, ninguna de ellas es tan contundente como el estado anímico y la emotividad del receptor ya que éstas son las instancias que abren o cierran diálogos posibles con el mundo, bien sea con el arte o con otros sujetos.

Tom Ford se ha preocupado por explorar estas cuestiones en los dos proyectos cinematográficos que ha realizado hasta la fecha sin perder un ápice del glamour y la galantería por el cual es reconocido masivamente. El protagónico director creativo de haute couture llegó al cine semi-accidentalmente: después de rescatar a Gucci e Yves Saint Laurent de una estrepitosa crisis financiera durante los noventa, en el 2004 cortó sus vínculos con ambas compañías por diferencias gubernamentales irreconciliables. Esta separación golpeó profundamente al diseñador, quien vio cómo sus logros de quince años (es decir, diez mil millones de dólares avaluados en telas y papel-moneda) fueron absorbidos por otras entidades. Sin embargo, esto le permitió reorganizar sus prioridades, crear una línea de boutiques a su nombre y, para lo que nos interesa, fundar la productora Fade to Black con la cual eventualmente financiaría su exuberante pasatiempo.

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Cinco años después de su declive moral, tiempo necesario para establecer una nueva identidad dentro del mundo de la moda, estrenó A Single Man, filme que dirigió, escribió y produjo inspirado en la novela homónima de Christopher Isherwood. Éste aborda melodramáticamente las disertaciones de un profesor universitario que no ha logrado seguir adelante después de la muerte de su expareja. George (Colin Firth) se debate entre el suicidio -un camino directo para llegar a su amado Jim (Matthew Goode)- y rendirse ante el cortejo de dos de sus pretendientes: la solterona Charlotte (Julianne Moore) y/o su estudiante Kenny (Nicholas Hoult). Este maestro de literatura sabe que su sentimentalismo, inevitablemente arraigado a las novelas que desglosa en sus clases, es el mayor impedimento para alcanzar un nuevo estado de plenitud. Por lo tanto, la gran mayoría del filme se esmera en saturar al espectador de la difícil conexión entre George y su entorno hasta el punto de caer en trillados retruécanos románticos que poco aportan a las filmotecas contemporáneas.

Este primer filme, a pesar de sus falencias narrativas, demostró que Ford tenía aptitudes para expresar audiovisualmente su particular sensibilidad. Por esa razón A Single Man recibió varios elogios, entre los cuales se destaca el Queer Lion del Festival Internacional de Cine de Venecia. El distinguido estilo cinematográfico de Ford cautivaba tal como sus piezas lo han hecho en la cultura de la moda.

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Paralelo a esta iniciación, un bestseller recibía un segundo tiempo en el efímero duelo de la cultura de masas. Tony and Susan, la novela más exitosa del profesor universitario Austin Wright, llevaba años buscando una realización audiovisual. A pesar de cumplir con todas las características de los thriller camp noventeros, su estilo no convencía lo suficiente para dar el salto a la pantalla grande y debió conformarse con modestos recorridos por diversos clubes de lectura. Sin embargo, una abundante reimpresión en Reino Unido en el 2010 condujo al público norteamericano a fijarse en la obra creativa de uno de sus docentes locales. Tiempo después, sus privilegios de adaptación fueron adquiridos por Smoke House Pictures (productora de George Clooney y subsidiaria de Sony), quien debió negociar con HBO para traspasar la exclusividad del descartado proyecto. Sus socios inicialmente propusieron a Ford para que se hiciera cargo; sin embargo, éste último se entusiasmó tanto con las posibilidades de la novela que decidió escribir el guion por sí solo y eventualmente adquirió los derechos para producirla en Fade to Black y así contar con plena libertad creativa. Además, un jugoso contrato de distribución con Focus Features acordado en el festival de Cannes de 2015, supuestamente el negocio más costoso que se ha sellado en la historia del festival, le permitió financiar su filme en la dirección que se le antojara.

Prácticamente todo el reparto propuesto por Ford aceptó participar en el proyecto cuanto antes. Amy Adams y Jake Gyllenhaal, sus protagonistas, estaban ansiosos por trabajar juntos desde que un año atrás habían sido ofrecidos los papeles principales en un filme garabateado por Philip Seymour Hoffman, filme que fue suspendido ante la inoportuna muerte del posible director. De igual manera se unieron sin titubeos Michael Shannon y Aaron Taylor-Johnson, este último esposo de una gran amiga de Ford. Los únicos cambios significativos con respecto a la visión original del diseñador fueron los de Joaquin Phoenix –quien desistió de participar sin dar explicaciones- y Kim Basinger –quien fue sustituida por Laura Linney-.

Las grabaciones se llevaron a cabo en locaciones californianas entre octubre y diciembre de dicho año. El control de Ford fue minucioso excepto en un peculiar aspecto: al igual que ocurrió con A Single Man, el diseñador no quiso interferir en el vestuario del filme y delegó esa función a su amiga Arianne Phillips, quien ya había trabajado con él en su ópera prima. Sin mayores contratiempos, en septiembre de 2016, la película fue promocionada en los principales festivales de otoño y recibió varios elogios, incluido el León de Plata de (una vez más) el Festival Internacional de Cine de Venecia. Esto consolidaría a Ford como un respetado realizador, no como el supuesto novato que pretendía jugar a ser cineasta.

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Nocturnal Animals es un suculento filme que explora la relación entre el arte en sí y su recepción. La historia, en principio, es sencilla: la introvertida y acaudalada curadora de arte Susan Morrow (Adams) recibe una copia de lectura avanzada de una novela inédita de su ex-esposo Edward Sheffield (Gyllenhaal). En el transcurso de algunas noches ella es absorbida por la sofocante narración: Tony Hastings (Gyllenhaal de nuevo), quien planeaba unas vacaciones con su esposa (Isla Fisher) e hija (Ellie Bamber), se encuentra en un incómodo enfrentamiento con unos recalcitrantes rednecks en una despoblada y desprotegida carretera de Texas. Ray Marcus (Taylor-Johnson), el sádico líder de la manada, desbordará la paciencia de Tony y, por consiguiente, de Susan. Aunque entrar en más detalles estropearía una de las escenas más intensas del cine contemporáneo para quien no haya visto este filme aún, basta mencionar que prontamente el detective Bobby Andes (Shannon) ayudará a Tony a reconstruir las piezas de aquella intensa noche.

La novela leída por Susan, la cual lleva el mismo nombre que este filme, por sí sola da pie para un thriller sobresaliente. La pasivoagresividad de Hastings y la frialdad de Andes podrían conformar un equipo investigativo digno de una (buena) temporada de True Detective. Su longeva búsqueda para descifrar la primitiva agresividad de Marcus y co. es adictiva y no tiene nada que envidiarle a otros filmes clásicos tales como Se7en, L.A. Confidential y The Silence of the Lambs. Además, hay que darle créditos a Ford por rescatar a Taylor-Johnson del infierno juvenil de Kick-Ass para que encarnara a un villano temible, perverso y, sobre todo, real. No en vano fue galardonado con el Globo de Oro a mejor actor secundario por su terrorífica interpretación.

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Ahora bien, a diferencia de otros filmes que se conformarían sólo con presentar la viciada historia de la familia Hastings, Nocturnal Animals va más allá y se pregunta por los sentimientos despertados por el suspenso en su más pura expresión. El papel de lectora de Susan es perversamente creíble: sólo con gestos faciales y respiratorios contagia a los espectadores del dolor que produce una lectura así de atrapante. Cualquiera que haya estado en una situación similar, enfrentado a un apasionado true crime, se sentirá identificado con la intrigada lectora.

Esta lectura, por supuesto, no está exenta de pecado. Hay que recordar que el boceto fue un regalo de su ex-pareja Edward y la taciturnidad de Susan por momentos esclarece cómo fue su relación. Ambos, condenados por su juventud y expectativas de vida, vivieron un álgido pero fútil matrimonio. Los deseos de riqueza y estabilidad laboral de Susan la alejaron de Edward hasta el punto de abandonarlo por Hutton (Armie Hammer), el clásico preppy que le garantizó un mundo lleno de lujos, aburrimiento e infidelidades.

Por lo tanto, Nocturnal Animals es a su vez un monumento a su fallida relación. Si por sí sola la novela es inquietante, lo es aún más para Susan ya que en ella encuentra simbólicos rastros de su fracaso con Edward. Los guiños son sutiles y están a disposición de cada espectador; afortunadamente son ampliamente ambiguos en el filme. Sin embargo, sea cual sea su magnitud de sugestión, el impacto en Susan es palpable. Ella, ahora, asume un irreversible rol de cazadora entre línea y línea, entre párrafo y párrafo, entre diálogo y diálogo. Sabe que es imposible escapar una vez inicia la historia, es irritantemente cercana para abandonarla. Tal vez por eso a Susan se le imposibilita retornar a su pretenciosa curaduría de arte. Tal vez por eso le es imposible disociar a Tony de Edward, al punto en el que de acuerdo con su lectura son el mismo individuo (y, para nosotros, el mismo actor). Tal vez por eso Susan ve en la novela a su döppelganger (de nuevo, para nosotros, a Fisher, quien aparentemente es confundida ocasionalmente con Adams en los tapetes rojos del espectáculo).

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El palpable vigor de Ford en este filme es extraordinario. Otro de los valores agregados de su caso es cómo se aproxima al arte de vanguardia sin hacer una parodia del mismo, vicio que impregna a la anacrónica Tony and Susan. Hay que concederle méritos a quien realiza una obra tan excelsa inspirado en una fuente tan interesante pero débil en su ejecución prosaica. Esta segunda muestra fílmica levanta las expectativas sobre cualquiera de los futuros proyectos en los que Ford desee embarcarse.

Nocturnal Animals no es la primera ni será la última película que aborde los conflictos entre autores, inspiración y lectores. Adaptation (Spike Jonze, 2002), Swimming Pool (François Ozon, 2003) y Copie conforme (Abbas Kiarostami, 2010) son algunas victoriosas propuestas recientes que han perdurado por su meta-narrativa. Sin embargo, ninguna de ellas provoca la violenta matrioshka por la que Nocturnal Animals, espero, será recordada en años venideros.

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